Escrito en el curso de Memoir
Por: Luisa De La Garza
Cuando tenía 5 años, mi mamá me cambio de escuela a una en la que, al inicio de cada curso, teníamos que llevar una maleta con el uniforme; zapatos, blusas, faldas, pantalones, guantes, sweater, delantal, traje de baño, gorra y chanclas, todo etiquetado con nombre, curso y salón.
La maestra revisaba de manera minuciosa cada una de las prendas como si fuera una aduana. Explícame el propósito de tal circo. Teníamos que llegar antes de las 6 de la mañana para ser las primeras en la fila, si no, podías perder todo el día en revisión de ropa y útiles escolares que también tenían que estar forrados y marcados de forma impecable.
Para rematar, la escuela era sólo para señoritas, pero si el mundo es mixto y el mío más; estaba lleno de hombres; mi papá, mi abuelo, mis hermanos, mis primos, mis tíos. Mi madre le tenía un gran cariño y respeto a esa escuela, aunque ella no estudió ahí. Su argumento era que ese siempre fue su sueño, ¡cómo le hubiera gustado estudiar ahí con sus primas las Nasif! Yo haría lo que ella no pudo. Nunca imaginó que iría a esa escuela más veces que si hubiera sido una alumna más, y no a recibir un premio, como era lo acostumbrado en la familia.
Ese día Isabela llegó unos minutos tarde a la escuela, corrió y apenas le dio tiempo de formarse en la fila. La Miss se dio cuenta, pero Isa le despertaba ternura por su carita de ratón perdido, a veces un poco asustado y esos peinados sacados de revistas de moda que le hacía su mamá; tres coletas restiradas que le rasgaban los ojos, una arriba como fuente y trenzas enroscadas que parecían los audífonos de Jacobo Zabludovsky, todo lo que se le podía hacer a una muñeca, eso era Isa para Chabela.
Tomó distancia, avanzó la fila, entraron al salón, empezaron las clases; planas de palitos, espirales, rayas, luego un cuento que les leyó la maestra y llegó la clase más divertida: Recorta y pega. A Isabela le encantaban los ejercicios manuales, las tijeras, el pegamento, los recortes y hacer algún dibujo, eso la hacía imaginarse historias. Ese día empezó a hablar sola, se paró de su lugar y se puso a jugar.
—¡Isabela! ¿Qué haces? Siéntate ya, ponte a trabajar
—Ya terminé, ya no tengo que cortar.
—Corta algo y estate quieta.
—¿Qué corto?
—Lo que quieras, lo que más te guste, pero por favor, ya siéntate.
Isabela se sentó, no muy conforme tomó las tijeras y volteó para todos lados. Explícame qué debo hacer, dice la miss que tengo que cortar algo que me guste.
—¡Espera!, ¡No!, ¡eso no!
—¿Por qué no? Ella dijo que lo que me gustara.
—¡Sí, pero no!
—¿Por qué no? Están bonitas.
—Muy bonitas, pero son de Karina.
—¡Y eso qué!, no le vas hacer daño, no la vas a cortar a ella.
—Tienes razón, además, si eso es lo que más me gusta…
—¡Sí, así es!
— Pues manos a la obra.
Unos minutos después, María Isabela estaba en la dirección con unas trenzas en la mano y un mareo que no la dejaba sostenerse esperando a que llegara su madre.
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